La empatía es una parte genuína de nuestra propia naturaleza. De hecho, podemos mejorar esta cualidad entrenando nuestro cerebro a través de la práctica de la meditación enfocada en la atención plena y la bondad amorosa. Pero, ¿somos los humanos los únicos seres capaces de mostrar esos trazos positivos de bondad, compasión y empatía hacia nuestros semejantes? ¿Qué sucede en otros animales y en el caso de los árboles? ¿Qué lecciones podemos aprender observando el mundo natural que nos rodea?
Empatía y altruismo en animales
La respuesta es que no somos únicos en ello, y observando el reino animal podemos encontrar muchos ejemplos de ayuda y colaboración mutua entre animales. En su libro “El tiempo de la empatía”, el biólogo Frans De Waal muestra innumerables relatos de comportamientos altruistas y empáticos en diversas especies de animales, evidenciados a partir de estudios científicos de grandes primates, como chimpancés, bonobos y capuchinos. Estos estudios evidencian que poseen una verdadera capacidad para la justicia y la reciprocidad; se preocupan por sus congéneres y están dispuestos a acudir en ayuda de sus semejantes, en algunos casos poniendo en riesgo sus propias vidas.
Algunos comportamientos estudiados en chimpancés, por ejemplo, muestran también cómo estos trazos de empatía y compasión son los que mantienen la cohesión y la armonía social en los grupos. Así, individuos machos o hembras que ocupan las posiciones jerárquicas mas elevadas pueden tener papeles claves en la resolución de los conflictos en los grupos, con frecuencia interviniendo cuando las disputas entre los miembros comienzan a volverse más agresivas y ayudando a mediar en la reconciliación. Estos individuos son, entonces, extremadamente importantes en el mantenimiento de la paz y la supervivencia de los miembros de sus grupos.
Pero, ¿y las plantas? “The Wood Wide Web”
Wood Wide Web por “Hiking Artist”
Recientemente, ha sido descubierto que la empatía es un rasgo ancestral caracteriza no solamente a los animales, sino también a las plantas. Estudios realizados por Suzanne Simard quien lleva más de 30 años investigando la comunicación entre árboles en bosques templados, nos muestran como los árboles tienen un intrincado sistema de comunicación en el suelo a través de sus raíces que se extiende inclusive por kilómetros en el bosque, como si fuera una inmensa red secreta subterránea; esta red ha sido llamada como “la amplia red de madera” (en inglés, “The Wood Wide Web”). Este sistema de comunicación y de intercambio de información por redes es verdaderamente brillante: se llama “micorriza” y consiste en la estrecha relación que mantienen las raíces de los árboles con un tipo de hongo que crece alrededor de ellas, y que promueve la comunicación entre un árbol y otro, permitiendo incluso que distingan entre los que son sus parientes directos y los que no.
Este sistema de comunicación es tan completo y efectivo que ayudan considerablemente en supervivencia de los árboles, ocurriendo acciones coordinadas ante emergencias y de solidaridad notables. Así, estas redes subterráneas entre raíces y hongos les permite transferir nutrientes, compartir información sobre peligros como las plagas, y también les permite atacar con químicos tóxicos a plantas invasoras o animales depredadores. Cuando un árbol se siente amenazado por una plaga (ataques de insectos, por ejemplo) o por otras plantas como malezas, lanza una señal a los demás árboles para que se produzca una barrera de protección en forma de sustancias volátiles que modifican la producción de proteínas, dándole a las hojas un gusto desagradable.
Solidaridad en el Reino Vegetal
Imagen: creditos
Por otro lado, los árboles más grandes (llamados “Hubs” o “Árboles Madre”) ceden parte de sus nutrientes a los más pequeños, siendo los encargados de favorecerlos y protegerlos para su buen crecimiento. Pero esta ayuda no ocurre solamente entre individuos parientes de la misma especie, sino entre varias especies que son interdependientes, lo que representan ejemplos de solidaridad en el reino vegetal.
Al respecto, la investigadora Suzanne Simard comenta: “Todos sabemos que favorecemos a nuestros propios hijos, y por eso me pregunté si el cedro podría reconocer a plántulas de su propia especie. Así que iniciamos un experimento, en el que cultivamos árboles madre con plántulas que eran familiares y otras que eran ajenas. Nuestros resultados mostraron que ellas no solamente sí reconocían a sus parientes, sino que los árboles madre colonizaban a sus plántulas con redes micorrizales mayores, les enviaban más carbono bajo tierra, e incluso reducían la competencia de sus propias raíces para crearle más espacio a sus hijos. También vimos como cuando los árboles madre estaban heridos o muriendo, enviaban mensajes de sabiduría a la siguiente generación de plántulas. Así descubrimos que los árboles realmente hablan entre ellos“.
Imagen de la portada: Por Fabian Blank, tomada de Unsplash.