Sobre desear el infinito mientras se experimenta lo finito. Pensamientos sobre el amor. Parte I.
En nuestra vida práctica amamos personas, mascotas, cosas, naturaleza, arte etc. Experimentamos este sentimiento no solo en contextos románticos sino que en muchos más – o al menos podemos estar abiertos a sentir amor de diferentes formas. Sin embarbo, el hecho de que amamos esas cosas/personas no significa que podemos tenerlas todo el tiempo que queramos, o cuando queramos. Aquí entran en juego los límites de la vida material. Hay deberes, distancia y particularidades que nos hacen darnos cuenta que no siempre tenemos la oportunidad de tener lo que queremos cuando lo queremos, sin importar cuánto lo amemos. Cuando se tiene la experiencia – no solo el entendimiento racional de ella-, se siente el límite. Se reconoce el espacio de separación entre tú y el objeto de tu amor que es producido por circunstancias exteriores. Lo sientes.
En un plano más personal, nuestra reactividad es nuestro límite. Cuando reaccionamos, estamos en el borde. Una reacción es un comportamiento impulsivo, inconsciente, un resultado de la circunstancia. Cada vez que tenemos A reaccionamos B. Cada. Vez. Gracias a esta simple fórmula nos ponemos perezosos en nuestro desarrollo personal y/o vida, nos juzgamos a nosotros mismos y a los demás, culpamos a otros, nos quejamos o nos transformamos en la víctima de las circunstancias. Hay otro nombre para esta conciencia o estado mental, lo llamamos EGO.
En etimología básica, EGO es la primera persona singular en Latín (caso nominativo o cuando el pronombre realiza la acción, o es el sujeto de la oración). Significa, basicamente, “Yo”. Y porque EGO está semánticamente muy cargado – lo usamos en diferentes contextos con múltiples significados- y puede conducir a error, prefiero llamar a esta persona simplemente “comportamiento reactivo” (“persona” significa “carácter o máscara” en Latín, ahí hay otra idea). Y aquí estamos quejándonos con nuestros amigos de nuestra última ruptura, culpando al otro (ex jefe, pareja, amigo), siendo la víctima “No sé cómo llegamos a eso” “Lo di todo en esa relación” “Las relaciones son más difíciles de lo que pensaba” “La vida no es justa” y así. Toda esta charla y queja viene de nuestro ego, nuestra máscara, esa parte de nosotros que está irracionalmente fija y reacia a cambiar o ver las cosas bajo otra luz.
“Tu mano se abre y cierra, abre y cierra. Si fuera siempre un puño o estuviera siempre abierta, estarías paralizado. Tu presencia más profunda está en cada pequeña contracción y expansión, las dos tan hermosamente balanceadas y coordinadas como las alas de un pájaro” Jalaluddin Mevlana Rumi [traducción del original de la autora]
Una cosa es el sentimiento que tenemos en nuestros corazones, sincero y más verdadero que cualquier epifanía racional, y otra cosa es lo que ocurre en nuestra mente. Lo primero es nuestra naturaleza cruda, vulnerable, la apertura de nuestro corazón que a veces se siente como una dolorosa ruptura; lo segundo es nuestro comportamiento reactivo. Aquí nos apoyamos nuevamente en la práctica de la meditación para poder entender esto de una forma práctica y holística. Cuando apercibimos nuestras emociones, nuestros pensamientos, y comenzamos a entrenar la ecuanimidad o actitud de “no reacción”, cuando intentamos dejar pasar esas cosas, cuando tratamos de dejarlas ir sin enganchar en el drama interno, estamos alejándonos de nuestra naturaleza reactiva y ganando más de una cosa importante no solo para nuestra meditación, sino que también para nuestras vidas. Durante la meditación nos entrenamos para ser menos reactivos y estar más atentos, aprendiendo a controlar nuestras tendencias habituales.
Confiamos aquí en el principio básico de economía universal: todo tiene su razón de ser. Y como en cualquier tipo de economía, desde la doméstica hasta la global, la restricción es esencial. Hay, sin embargo, una restricción a la restricción: restricción saludable, no represión. ¿Cuál es la diferencia? Muy simple: restricción implica conciencia, represión es negación de la realidad. Esto dicho, entendemos ahora que no se trata de reprimir nuestro ego o comportamiento reactivo, sino de establecer un límite (y luego transformarlo… pero eso es para otro artículo). Restringir nuestro ego de tal forma que no se vuelva el rey de nuestras mentes, ¿por qué? porque de otra forma estamos lejos del amor – de todas maneras el amor siempre encontrará formas de traernos de regreso a su territorio… Aquí hay una verdad dura sobre el amor: el amor nos lleva por ese camino de estirar y apretar con la promesa de satisfacción incondicional. Andamos el camino y nuestro ego tiene poco que hacer allí. El resto está por venir.
Créditos de la imagen @andreeaionut821