¿Quién siente que tiene demasiado tiempo libre? ¿O que al día le sobran horas que no sabemos cómo rellenar? No son estas sensaciones habituales para nadie ¿verdad? Y es totalmente comprensible, no hay más que repasar de memoria todo lo que hacemos al día para darnos cuenta de que no es tiempo precisamente lo que nos sobra. Trabajamos, estudiamos, cuidamos de nuestra familia, mantenemos una vida social, viajamos… ¿es posible sacar tiempo libre? La respuesta que todos nos damos es un rotundo no. Sin embargo, quizá deberíamos reformular la pregunta y cuestionarnos, ¿si consiguiéramos sacar tiempo libre, para que nos serviría, en qué lo invertiríamos?
Hay un ejercicio que una vez me enseñó a hacer mi maestro de meditación. Cogió un folio de papel, y cortó una tira por el lado más largo. Me dijo “imagina que este trozo de papel representa las 24 horas que tiene un día”. Luego, me hizo reflexionar sobre el tiempo que llevaban mis actividades diarias. Dormir, unas ocho horas, es decir, una tercera parte de la tira de papel y de mi día. Trabajar, otras ocho horas, otra tercera parte. Hacer cosas necesarias como comer, ir y venir del trabajo, higiene personal y algo de ejercicio, calculé que me llevaban unas cuatro horas de mi día. Estudiar, aproximadamente dos, y las dos restantes, calculé que las invertía en hablar con mi familia, ver algo la televisión, consultar mi correo electrónico y demás menesteres. “¿Y cuándo te dedicas tiempo a ti misma?” me preguntó entonces. En ese momento me quedé helada, no sólo me di cuenta de la terrible e insana rutina que llevaba sino que además, todo el tiempo que yo consideraba invertido en mí (estudiar, hacer deporte, relacionarme con otros…) en realidad no me permitía hacer una inmersión en mi misma, pues ninguna de estas actividades consistía o me daba espacio para estar en paz, para simplemente ESTAR o simplemente SER. Para meditar.
Hasta entonces me había tomado la meditación como una actividad más, otra cosa que hacer, otro deber que añadir a mi exigente lista. Sin embargo, pronto comprendí que en realidad, mi sesión de meditación diaria era el regalo que me hacía a mi misma para parar por un rato y así aprender a estar en paz. De esta manera fue como comprendí que debía hacer tiempo y que podía hacerlo.
¿Pero cómo hacer tiempo cuando tu vida es una vorágine en constante desenfreno?
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Al principio, fue frustrante, no encontraba rato, y cada vez que lo hacía, lo invertía en procrastinar. Luego comprendí que tenía que hacer tiempo del resto de mis hábitos, lo que me llenó de frustración. ¿A quién le gusta empezar a dormir una hora menos cuando lleva toda una vida acostumbrado a descansar por un número determinado de tiempo? La aclimatación fue un proceso algo difícil, pero con final feliz. Dicen que los nuevos hábitos necesitan de 21 días de práctica seguida para establecerse. La idea de que mi vida podía ser más sana, plena y feliz inspiraron una inquebrantable disciplina y fuerza de voluntad con las que empecé a establecer pequeños cambios.
Ahora, tres años después, meditar no es una tarea más que tachar de una lista, al contrario, siento la necesidad diaria de tomar un tiempo para parar y conectar conmigo misma de nuevo.