Hace unos años escribí en este mismo blog sobre la compasión y la empatía. Me acordé hace poco pues volví a pasar caminando por la Cocina Económica de mi ciudad natal, lugar que me inspiró para escribir sobre el tema.

Comparto hoy, varios años después, la misma reflexión.

Nací a final de los años ochenta y mientras me criaba en los 90, recuerdo el crecimiento de las tecnologías de la información y la comunicación a mi alrededor. Pasamos de no tener teléfono a tenerlo, de tener un teléfono con cable a tenerlo inalámbrico, de escribir notas a mano a mandar faxes, de redactar en máquinas de escribir a comprar ordenadores, de computadoras de sobremesa a portátiles, de enciclopedias de papel a internet y así un largo etcétera.

Era yo adolescente cuando los teléfonos móviles empezaban a llegar a nuestro mercado y pronto, todos los jóvenes empezaban a dejarse ver con uno. Naturalmente, como yo no quería ser menos que el resto de los niños de la escuela, también les pedí a mis padres que me compraran un teléfono móvil, y, por supuesto, dijeron que no.

Pero tras varios meses observando a mis amigos juguetear con aquellos aparatos (que de aquella solo permitían llamar y mandar mensajes de texto), sucumbí a la tentación y decidí comprar uno yo misma por Navidad. La felicidad fue instantánea, al igual que el miedo en pensar en la reacción de mis padres.

¡Y qué reacción!

Me hicieron pasar el día de Navidad en aquella Cocina Económica de mi ciudad, que recientemente volví a ver al salir a pasear. Y dijeron: “ahora aprenderás cuáles son las necesidades reales de tantísimas personas en la vida, y verás que tener un teléfono móvil no es una de ellas”.

Aquella fue una lección dolorosa, pero cambió mi vida. Servir la comida a personas sin hogar me ayudó a desarrollar mi sentido de la empatía y la compasión hacia los demás.

Y tú, ¿has tenido alguna lección inesperada en la vida que te ha ayudado a abrir los ojos hacia un nuevo yo?