Aplicó a un programa de 14 días en una isla de ese país para practicar la técnica. Recorrió varios poblados y ahora escribe sus experiencias.

Carla Romanello
La joven socióloga recibida en la UNCuyo resaltó que experimentó un proceso de limpieza y purificación mental.

 

Motivada por un genuino interés por seguir profundizando en el conocimiento de la meditación, más el entusiasmo por compartir esta experiencia con personas de todo el mundo en un lugar paradisíaco rodeado de naturaleza, Lucila Voloschin (31) partió en un viaje de autoconocimiento hacia Tailandia.

Previamente aplicó al programa Peace Revolution, un proyecto de la ONG internacional World Peace Initiative que consiste en una beca para un programa de Meditación y Desarrollo Personal durante 14 días en una isla de ese país asiático y aprovechó para recorrerlo profundamente.

“El programa consiste en sumergirse en una técnica de meditación junto con el aprendizaje de los factores que determinan nuestro pensar, actuar y hablar; relación entre cuerpo y mente; rol de nuestros hábitos y resolución de conflictos; filosofía y culturas tailandesa y budista; entre otros. Se trata, ante todo, de un programa de auto-conocimiento y auto-exploración”, comenzó a relatar la mendocina, recibida de socióloga en la Universidad Nacional de Cuyo.

El principal requisito para aplicar fue completar un programa de desarrollo personal virtual que se trató de un desafío de 42 días en donde le enseñaron a poner en práctica técnicas relacionadas con el desarrollo de la paz interior.

“Se ofrecen meditaciones guiadas y reflexiones diarias para apoyar el proceso y la práctica de la conciencia plena y presente (mindfulness)”, detalló la joven quien contó que durante este preparativo tuvo que realizar una instancia para compartir la experiencia de meditación con su entorno, amigos, familia o comunidad. El último paso fue una entrevista por Skype. “La beca del programa incluye patrocinio parcial o completo del billete aéreo, alojamiento, alimentación, transporte local y programa y taller de meditación y clases”, enumeró.

Una vez allí, Lucila fue recibida con sonrisas. “No importa la situación ni la hora del día, los tailandeses tienen esa simpática costumbre de sonreírte y de contagiarte este hábito tan saludable. Mi interacción con locales ha sido variada, desde los voluntarios y personal local de la ONG que organizó el programa, los monjes budistas con quienes tomábamos los cursos, el personal local que trabaja en turismo y sólo le interesa que comprés su paquete turístico, entre otros”, relató.

Luego de haber realizado el programa en Tailandia sintió un proceso de “limpieza” y purificación mental muy grande. “A medida que transitaba por el programa, aparecieron muchos recuerdos insólitos que creía haber olvidado. A la vez y sobre todo, sentí un gran desbloqueo en general. Sentí cómo muchos aspectos o situaciones en mi vida que estaban enmarañados se desbloqueaban o al menos tomé mayor conciencia sobre estos nudos, muchas ideas se concretaron en proyectos y me vi envuelta en una energía expansiva de creatividad e inspiración”, describió la joven.

Para ella la meditación es una herramienta muy valiosa en un proceso de autocrecimiento, de hecho recomienda a otros jóvenes participar de la experiencia y remarcó que este año hasta abril había una convocatoria abierta para la beca.

Recorrido libre
Su viaje no terminó con la finalización del curso, sino que aprovechó su traslado a esas tierras para visitar distintas ciudades y poblados como Bangkok, Chiang Mai, Pai, Chiang Rai, Mae Salong, Sukothai, Ayutthaya.

“Hace poco estuve en Natonchan, donde después de buscar e investigar mucho, tuve la oportunidad de hospedarme en casa de una familia tailandesa que me abrió las puertas de su hogar para que pueda conocer y compartir sus hábitos, estilo de vida, idiosincrasia y costumbres. Una hermosa experiencia para quienes buscamos el contacto y la cercanía con las personas locales, desde adentro”, narró.

Lo que ella agradece es haberse enterado de que había sido seleccionada para la beca solamente un mes antes de partir porque no le dio tiempo para planificar.

“Lo que antes lo veía como un obstáculo, hoy se convirtió en una oportunidad. Con el pasar de los días me fui dando cuenta que en realidad quería viajar lento, a mi tiempo y con profundidad, conectándome en la mayor medida posible con el lugar y las personas, sin la necesidad de ir de un destino a otro rápidamente o porque lo tuviera prestablecido, sino que podría partir de cada lugar cuando sintiera que había realmente tenido una vivencia allí”, expuso.

A su vez, en cada una de sus paradas Lucila se toma un tiempo para escribir. “Es algo que disfruto plenamente y este viaje me ha permitido rencontrar luego de mucho tiempo. Estoy narrando mis crónicas de viajes que comparto con familia y amigos”, remarcó la joven quien toma esta práctica como una forma de sintetizar, reintegrar y brindar a otros. Por esta razón tiene pensado compartir sus relatos en un diario de viaje online que todavía se encuentra en construcción.

By Carla Romanello for Los Andes