Lucila Voloschin ha viajado en tres ocasiones al sudeste asiático para estudiar con monjes budistas. Su experiencia invita a los jóvenes a conocer el Programa Peace Revolution.

He tenido la maravillosa oportunidad de viajar becada tres veces a Tailandia, para asistir a un programa de Meditación y Desarrollo Personal ofrecido por monjes budistas y organizado por el Proyecto Peace Revolution de la ONG World Peace Initiative Foundation. Me he formado como instructora certificada en Meditación y he organizado la visita del Monje Budista Luang Phi Pasura Dantanamo a Mendoza en dos ocasiones.

Las vivencias profundas de estos encuentros y la posibilidad de compartir con personas de distintas partes del mundo son instantes que atesoro. Hoy comparto este texto personal, escrito durante mi primera experiencia en el Santuario de Mooktawan, Isla Ko Yao Noi (Tailandia). Mi intención es que más jóvenes del mundo y especialmente de Argentina se animen a vivir esta experiencia e incorporar en sus vidas el poder de la meditación. La convocatoria a este programa se encuentra abierta hasta el 15 de agosto.

Sesión de meditación guiada. Cortesía: Peace Revolution

El sol benévolo

Desprovista de todo estímulo habitual, mi mente rebelde buscaría desesperadamente dónde posarse. Los espacios usuales de retozo habrían desaparecido. Y con ellos, los vínculos que los rellenan y dan forma.

Me despierto cuando todavía es de noche, envuelta entre sonidos desconocidos pero bulliciosos, cantos y respiros de mosquitos, ranas, iguanas y otras criaturas que orquestan un coro nocturno.

Subo alto, muy alto en la pendiente y mi corazón late como si quisiera escaparse del pecho. Camino lento. Cerramos los ojos. Me entrego de lleno a la primera sesión de meditación. Una hora después, con sensación de entresueños, mis párpados perciben la ligereza de la isla que despierta.

Sigo subiendo un poco más, otra vez mi corazón se acelera, pero arribo triunfal a la cima: victoriosa plataforma de horizontes circulares y eternos. La luna se despide para dar paso a los primeros colores diurnos, cambiantes, azules y lilas hacia ocres y rojizos. Se asoma tímido detrás de las montañas un sol que a esa hora se presenta benévolo.

Respiro profundo y contemplo la vastedad. Esta naturaleza se me impone, con firmeza y suavidad. Saco mil y una fotos para atesorar en mis pupilas; es uno de los rincones más bellos donde he estado. La práctica matutina de yoga me oxigena, despierta los músculos somnolientos y revitaliza. Luego nos quedamos jugando, riendo, volando. Compartiendo con amigos de países remotos.

Sólo bajamos cuando el hambre toca con levedad nuestra conciencia. Sabemos que nos espera un desayuno generoso y colorido.

Calmar la caravana circense

Vuelvo a subir alto para cerrar los ojos nuevamente. Esta vez al aire libre, en algún escenario natural, entre sombras que refrescan y envuelven la segunda sesión de meditación.

Abro los párpados, me acuesto de espaldas con la mirada renovada clavada en el cielo, fija pero movilizada, viendo más allá de las nubes y con una alegría irreconocible.

Me nutro de sabores exóticos, aunque no siempre deseables, a veces dulce, agrio, picante y salado en un mismo bocado.

Aprovecho la pausa y me sumerjo en el agua que apacigua este caluroso incendio.

Subo nuevamente, mis latidos están aún encaprichados y mi cuerpo tan deshabituado a esta humedad pegajosa. “No estoy hecha para la combinación del calor y la humedad extremos”, me lo repito varias veces como si me trajera algún consuelo.

Sesión de meditación guiada. Cortesía: Peace Revolution
Sesión de meditación guiada. Cortesía: Peace Revolution

Desafío la inercia de la siesta y vuelco la mirada hacia adentro para meditar nuevamente. Al abrirlos, mis oídos devoran retazos de historias de vida. Sacrificios elegidos, nostalgias aprehendidas, una combinación de sabia disciplina y compromiso admirable.

Monjes Budistas que alguna vez no lo fueron y eran como nosotros. Ahora nos cuentan qué es eso de ser Monje y meditar. Calmar la caravana circense de la mente aunque sea por unos momentos. Dejar un poquito de lado las expectativas futuras y los fracasos pasados. Descansar.

Ellos están sonrientes. Esto sobre todo fue lo que me sorprende y alivia. Son alegres, humildes, interesantes, curiosos y abiertos a discusiones. Veo una mirada que no reconozco y no puedo asociar a algo conocido. Otra forma de ver las cosas, los problemas, la vida. Un modo distinto de esbozar la pregunta y mostrar lo simple.

Tengo tiempo para pasar el tiempo. Con la posibilidad de buscar y compartir compañía, con otros o conmigo. Escucho historias que me inspiran. Personas apasionadas.

La cena hecha limonada, té frío Thai, yogurt, jugos. Y una última subida. Con mis piernas y mi pulso. Para cerrar mi jornada con una meditación nocturna.

Explosiones creativas que me expanden. Ideas que cobran vida y se conectan mágicamente.

Desconectada de mi teléfono, computadora, reproductor de música, seres queridos. Aislada de mi entorno habitual. De mis comidas predecibles y mis deberes diarios.

Me olvidé de qué día era hoy y pasé a ocuparme de lo que estaba haciendo ahora. Era ése mi margen temporal. No tendría que preocuparme por qué comería ni a qué hora, dónde dormiría ni qué haría.

Todo estaba previsto y provisto, cada detalle, y con tanto cariño. Entregarme era el desafío. A las condiciones más anheladas de estabilidad, naturaleza y contención. Tan sólo debía estar allí: Presente, increíblemente a veces lo más difícil.

Tanta limpieza, barridos, lágrimas, recuerdos alegres y tristes. Reprocharme y reconciliarme conmigo misma, todo lo que pasó y no pude evitar. Pero al mismo tiempo lo que ocurrió y elegí que así fuera. Una tormenta de emociones se hizo presente sin pedir permiso. Desde lo subterráneo, surgieron interrogantes.

Y luego, de a poco, desde el fondo la oscuridad se vuelve más clara. Como cuando después de apagar la luz, los ojos se acostumbran a la penumbra y vuelven a ver. Me abracé fuerte, con ganas. Por instantes leí claramente mis verdades. Me sentí unida y vi nítidamente el hilo mágico que he trazado y me ha conducido, invisible pero presente. Una sensación llena. Interna.

Lucila Voloschin: Licenciada en Sociología, apasionada por procesos de autoconocimiento, crecimiento y desarrollo holístico. Practicante y profesora de yoga, bailarina, coach, viajera incansable y escritora de crónicas de viaje.

 

Para saber más de la convocatoria que que está abierta hasta el 15 de agosto visitá: Peace Revolution

Este artículo fue originalmente publicado en la edición “Estar Mejor” de MDZ online aquí.