Puede que a muchos nos atraigan las aventuras, sin embargo, pocos se dan cuenta que embarcarse en una aventura no es solo una oportunidad para vivir la vida al máximo, descubrir un universo entero cada vez y disfrutar de todo tipo de experiencias. También significa tener que sacrificar muchas cosas, o esencialmente una que las comprende todas. Es, probablemente, el sacrificio más difícil al que tenemos que hacer frente: salir de la zona de confort.
El diccionario define confort como un estado de bienestar o comodidad material. Yo sin embargo, añadiría, que el estado de confort también es un lugar de bienestar, calma y tranquilidad mental. El confort es ese jardín del edén sin interrupciones donde la belleza de vivir es perenne. Sin embargo, si reflexionamos sobre nuestra propia existencia personal, nos daremos cuenta que o bien por iniciativa propia o bien por vicisitudes de la vida, la zona de confort es en realidad un equilibrio difícil de mantener. Y es que si algo caracteriza a la vida es el constante cambio, que vapulea, agita y desorienta nuestra comodidad.
Los cambios, tan intrínsecos de la vida y a la vez tan difíciles. Los cambios de humor que hacen de nuestro estado mental una constante montaña rusa, los cambios de tiempo que nos obligan a adaptarnos, los cambios políticos que siempre conllevan novedades en nuestra forma de vida… desde las alteraciones más nimias hasta los variaciones irreversibles como la muerte, los cambios son hechos a los que tenemos que hacer frente constantemente a lo largo de nuestra existencia.
Y, algunos de nosotros los fomentamos.
No hay nada como aceptarse a uno mismo, empezando por observarse, siguiendo por conocerse, y acabando por abrazar todo lo que uno ve en sí mismo. Aún me cuesta comprender por qué, pero de alguna manera una de las características que me define es que soy una persona que se pone constantemente fuera de la zona de confort. No es fácil, me ha supuesto varias calamidades, infinitos de quebraderos de cabeza sin solución que preveo seguirán llenando mi mente y muchos momentos de ruptura emocional y física. No obstante, ponerme en tales tesituras cada poco tiempo me ayuda a recordar que siempre se pueden aprender cosas nuevas y que estar en cierta situación de vulnerabilidad propia del desconfort nos ayuda a estar alerta para absorber más y mejor si cabe todas las lecciones que nos quedan por vivir.
Cambio, cambio, cambio, rastreémoslo y adoptémoslo, porque la vida es demasiado corta y demasiado larga como para vivirla de forma monótona y abandonada a la versatilidad que la suerte, el destino, las coincidencias o Dios diseñen por nosotros.