Sobre mantener la cordura en tiempos de cambios. Parte I.
Aunque vivimos nuestras vidas con un grado considerable de certeza respecto a quiénes somos y los roles que cumplimos en nuestra familia y sociedad, hay momentos en los que nos sentimos ajenos a nosotros mismos. Sentimos que o nos perdimos un poco, o que nos olvidamos, o simplemente no sabemos de dónde salió esa parte de nosotros que surgió en una determinada circunstancia. Estos momentos son, la mayoría de las veces, una consecuencia de experiencias transformativas tales como una pérdida significativa o un final doloroso, el comienzo de una nueva carrera profesional, enamorarse o desenamorarse, ser madre o padre entre otras.
Cuando experimentamos esos cambios en la vida, reenmarcamos nuestra identidad pues esas circunstancias parecen demandar algo de nosotros que aún no hemos descubierto o desarrollado (una impresionante capacidad de cuidado, una resiliencia inesperada, una creatividad dormida). Transicionamos de A a B. Durante este proceso muchas cosas cambian, a veces rápido a veces gradualmente, y lo primero que necesitamos hacer es dejar ir el condicionamiento de nuestras experiencias pasadas para poder florecer nuevamente bajo una nueva forma, una más apropiada a la circunstancia presente.
Este dejar ir nunca es sobre la experiencia en sí -digamos que una tuvo un jefe que la hizo sentir incompetente demasiadas veces, y se cambió de trabajo. No se dejan ir las habilidades adquiridas, ni los colegas o la experiencia ganada, sino que las consecuencias negativas de la experiencia. Las emociones (frustración, rabia, arrepentimiento, etc.), los pensamientos y juicios (me encantó, me pareció desagradable, etc.) son el material que, luego de un tiempo, se dejará ir. Y es luego de un tiempo porque cuando llega el momento de dejar ir, necesitamos ejercitar un poco la paciencia con nosotros mismos y darnos un momento para procesarlo todo. Todo se trata del tiempo en esta etapa.
“Solo entiende dónde estás ahora y redescubrirás tu poder de hacer cambios” I Ching
La etapa del dejar ir es tan necesaria como un cierto sentido de estabilidad ya que la falta de certeza está muy presente en momentos de cambios. Durante este tiempo de transición dirigir nuestra atención hacia lo que realmente está pasando, sin prejuicios (experiencias pasadas), es la fuente de cordura y de conocimiento que nos permite tomar mejores decisiones, ejercitar nuestro poder personal, sacar a la luz nuestras habilidades y manejarnos a nosotros mismos de una buena forma. Es el conocimiento que nos enraíza y nos da opciones, que nos hace libres.
Para poder “ver” lo que hay ahí para nosotros, lo que la realidad nos pone justo en frente de nuestros ojos, necesitamos una cierta cualidad interior que se conoce como “ecuanimidad”. En este contexto la ecuanimidad es la capacidad que tenemos de mantener la visión sin engañarnos a nosotros mismos, de ver las fuerzas que operan en el aquí y ahora, y cuáles son nuestros recursos disponibles con ojos limpios, sin juicios o sesgos. Aunque es una cualidad natural del equilibrio interior, existen ciertos ejercicios como la meditación que la mejoran y desarrollan como dicen varios estudios científicos. Tiene sentido, después de todo, los ejercicios de introspección no solo son muy placenteros sino que también, y principalmente, reveladores.
Ecuanimidad también puede ser entendida como neutralidad, pero nunca como indiferencia. Permanecer indiferente es una forma de escapismo, una manera de negar la realidad. Pero aquí la realidad es lo que obtenemos y buscamos, es nuestra fuente de empoderamiento y cordura en tiempos de cambio y transición, no algo de lo que hay que desprenderse o escapar. Ecuanimidad se refiere, entonces, a una cierta actitud interna que nos permite lidiar con lo que está sucediendo sin sentirnos fuera de lugar, o, peor, fuera de nosotros mismos. Y es el pasaje más seguro para fundirse con la realidad.
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