Nací en un país donde cada vez que miraba la televisión escuchaba las noticias acerca de la intolerancia, el narcotráfico, secuestros, masacres, luchas violentas y bombas. Era sobrecogedor saber que habían tantos aspectos de nuestra patria que no estaban bien (o por lo menos, esa era la cara de la historia mostrada por los medios), y de cierta forma eso me causaba impotencia frente a cómo podría yo aportar a cambiarlo. Estoy hablando de Colombia y, viviendo en su capital Bogotá, contemplé la guerra más como espectador que cualquier otra cosa, mas esto no significó que no pudiera experimentar también el dolor de otros compatriotas que en las áreas rurales estaban viviendo el rigor del conflicto armado.
Los años pasaron y seguía sin encontrar dónde podría ser útil mi rol para reducir las tensiones aparentemente irresolubles del país. Sin embargo, poco a poco me adentré más a la búsqueda espiritual y encontré el concepto de la paz interior. Comencé a meditar, a tomar la vida con más calma, a tener una conciencia más plena sobre mis acciones y no tardó mucho tiempo para que viera una transformación personal. Y ahí comencé a ver cómo el cambio social profundo tienen fuertes bases en la coherencia personal y liderar a través del ejemplo. Si quería promover la paz y ayudar a mi país a poder gozarla de forma continua, era necesario comenzar por estar en paz conmigo mismo. No fue un proceso fácil, sin embargo, valió totalmente el esfuerzo. Muchas veces, tenemos problemas del pasado que aún no hemos superado, cicatrices que siguen abiertas y aún no han sanado y, relaciones donde no hemos intentado reducir la tensión a través de un diálogo profundo y significativo. Fue un proceso difícil y retador, pero al mismo tiempo transformador y me dejó muchas lecciones. Esta experiencia personal y los retos a los que me enfrenté no sólo ocurren a nivel individual pero hacen también parte de la identidad del país: tensiones aún sin resolver, conflictos entre distintos grupos y falta de diálogo y entendimiento entre la oposición y su contraparte. Por eso es que ahora siento un camino más claro frente a cómo aproximarme a la paz en Colombia. Sabiendo que a nivel personal pude encontrar un balance y desarrollar una paz interior (procesos que siempre continúan), qué tal escalarlo a un nivel más comunitario?
En la Cumbre Mundial de Premios Nobeles de Paz celebrada en Bogotá en febrero de 2017, encontré un ambiente que transpiraba paz por todos sus poros; lo curioso es que para algunos la paz es simplemente una palabra mientras que para otra es el sueño de una nación. Los que compartían esta última visión fueron precisamente los delegados juveniles presentes en el evento, colombianos apasionados por crear una narrativa de paz después de más de 52 años de guerra. ¿Quién podría ser mejor que esta generación emergente para escribir esta nueva historia? Uno de estas personas es Cristian Palacios, un ciudadano activo de Cali, aquella ciudad que en los 80s experimentó las consecuencia atroces del narcotráfico, teniendo una larga temporada de bombas, muertes y violencia generalizada. Cristian quería tanto como yo poder hablar con los laureados de los Premios Nobel de Paz, porque, ¿quién mejor que los líderes en temas de construcción de paz y resolución de conflictos alrededor del mundo para dar ideas de cómo aproximarse a esta fase posterior al acuerdo de paz en Colombia? Precisamente fue Kailash Satyarthi, Premio Nobel de Paz de 2014, quien en una corta conversación con Cristian Palacios y mi persona nos inspiró para dar vida a la campaña Cartas por la Reconciliación. Con el día de San Valentín bastante cercano, Kailash mencionó que esta vez sus destinatarios serían diferentes; escribir a los que amamos está bien, pero es aún más poderoso hacerlo a aquellos que están olvidados, que necesitan mayor apoyo y que se pueden beneficiar mucho de una palabra esperanzadora. Sus cartas serían leídas por refugiados este año. Tanto para Cristian como para mí la respuesta de quiénes serían nuestros destinatarios fue clara: los ex combatientes de las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia).
Cartas por la reconciliación comenzó como una campaña bastante modesta, con una idea y un pequeño grupo de jóvenes la campaña pronto encontró unas bases sólidas y más personas comenzaron a unirse. Vanessa Peñaloza comenzó a liderar la campaña en Manizalez, Carolina Consuegra hizo lo mismo en Barranquilla, Christian arredondo se empoderó para movilizar a sus amigos en Buga; vimos una ola de líderes emergentes en diferentes ciudades del país unidos con un mensaje para todo el país: Más allá de las categorías, todos somos colombianos y ciudadanos de estas tierras, necesitamos estar juntarnos en unidad para alcanzar esa paz que tanto deseamos. Podemos tener una conversación con el otro para cerrar esas heridas del pasado, hacernos conscientes de la oportunidad única que tenemos en esta instante presente y proyectar nuestros esfuerzos hacia ese gran sueño de dejar a las futuras generaciones una Colombia en donde puedan vivir de forma integral el concepto de paz.
Más de 2.500 ciudadanos han depositados sus cartas en el buzón de la reconciliación, ciudadanos que quieren ser defensores activos de la construcción del libro de paz de Colombia, donde las únicas explosiones sean de alegría, las fuerzas revolucionarias estén armadas de ideas para combatir la corrupción, desigualdad social y discursos de odio y, donde los únicos seres que se oculten en la jungla sean aquellos parte de nuestra rica biodiversidad colombiana.
Aquí cabemos todos y podemos escribir cartas como la de Camila, quien lloró al organizar sus frases al descubrir que hay muchos más aspectos en común que tiene con los ex combatientes de las FARC que diferencias. O María, una víctima que perdió a su padre en el conflicto armado y quien tuvo un proceso de sanación al escribir su mensaje, que también le permitió encontrar perdón y la posibilidad de verdaderamente dejar ir la rabia y el resentimiento que se habían apoderado de ella por tantos años. O, podría ser tu propia historia, tus sueños y deseos de una Colombia en paz en donde todos podamos aportar. En últimas, el deseo de paz no sólo le pertenece a un país, sino que es compartido en cada una de las regiones que sigue experimentando conflictos que fragmentan su tejido social.